ARCHIPIÉLAGO MALTÉS
Anclado en un mar sin rencores
un país diminuto.
Tres rocas brevísimas
salpicadas de historia.
En la orilla los ojos abiertos de los
barcos.
Un laberinto crudo, una ventana azul:
el preludio de un día.
Descubrir el idioma de las calles sin
nombre,
encontrar un atajo
es mirar hacia atrás y ver solo
horizonte.
ESTAMBUL
Alivio de la ciudad nocturna,
incendiada.
Hay un humo afrutado
que envuelve las calles,
y un rumor de ladridos.
Las cúpulas ofrecen
su juego de números:
cada azulejo es preciso.
La memoria no sabe perdonar
al presente pero dibuja un círculo.
Los cantos melismáticos
ensordecen las voces.
La oración impone tregua
y un viajero vislumbra
su imposible retorno.
GARÚA
La ciudad viste gris,
dueña de un mar
que no pide permiso para invadir los
barrios
y que a veces descansa
donde el hombre dispone sus enigmas.
La garúa desciende con su rostro antiguo
sobre los comercios y los ambulantes
y los taxis falsos y los cines porno.
El caos se derrama en todos los rincones
como una pareja sin intimidad.
Descubre la noche de Lima sin sueños
alados al margen.
INSTANTÁNEAS DE ESSAOUIRA
Cuando
la tarde cae desde todas las torres
retumba
una llamada
al
fondo de un país donde la piel recuerda.
Por
la medina, hombres
guían
burros que cargan especias,
coca-colas.
Arrastran
por el suelo desgastado
sus
babuchas de odre,
castigan
sus pies rotos.
Se
regatea el precio de la fruta
en el
mercado, se esconden las mujeres
detrás
de sus pañuelos de tradición curtida.
Al
fondo de un país se doblega el lenguaje,
las
palabras se esparcen, de hora en hora,
con
los deshechos entre las acequias.
El
pescado, al final del puerto,
se
acumula en las redes.
Hay
olor a salitre y las gaviotas gimen
cerca
de barcos viejos, rescatando las sobras
para
su almuerzo.
A la
orilla del muelle se amontonan los niños.
Uno
se para y me mira: puede decirlo todo
con
su mirada clara, en blanco y negro,
con
su mirada vieja,
(no
entiendo como cabe en su pequeño cuerpo).
Tiene
los brazos flacos,
marcadas
las costillas,
la
cara sucia, desenfocado el fondo.
Al
levantar la mano para pedir permiso
parece
reclamar su derecho a la infancia.
CURUEÑO
Paisaje vertical
que alberga recovecos de memoria.
Decir refugio es volver al río,
a la luz que oscila
de la tarde a la infancia.
Una hilera de chopos
enmarca el cauce inquieto de las hoces,
el umbral del olvido.
Y cuando el agua clara acaricia las
rocas,
un vaivén sin edad
se convierte en nosotros.
EQUIPAJE DE MANO
Han pasado los años como ramas,
desigualmente lentos.
La memoria se burla de nosotros,
ofrece un laberinto,
salidas de emergencia.
Puedo llevar mis libros o una manta
para cubrir la herida.
O pagar varias noches
de hotel
en ciudades anónimas.
Pero hay cosas
que no caben en una maleta
vacía.
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