lunes, 14 de diciembre de 2015

Mi primer poemario: Todo es posible y no

Por fin sale a la luz mi primer libro de poemas en Cuadernos del Laberinto. Estoy muy contenta con el resultado. Gracias a Alicia Arés por acoger mi libro con tanto cariño, gracias a Rafael Espejo por escribir un prólogo tan bonito, gracias a todos los que me acompañasteis en la presentación, gracias a todos los que me hicieron dudar.


Aquí dejo el prólogo de Rafael Espejo para que lo podáis leer:



EL MOMENTO DE JULIETA


En muy raras ocasiones un poeta publica su primer libro a tiempo. Suele ocurrir que bien la prisa, bien la reticencia se interpongan en su puesta de largo, desvirtuando la burbuja de tiempo que todo poemario auténtico debe contener. El caso de Julieta, quiero decir, es un ejemplo de poeta oportuna: llega en el momento adecuado, sin entusiasmo de más ni descreimiento de menos, sino todo lo contrario: llena de contradicciones.
Lo digo con orgullo, pues tuve la suerte de comprobar cómo se fue gestando Todo es posible y no. Con fe en su trabajo y viceversa, Julieta ha ido ensayando sucesivas versiones del libro, incorporando poemas nuevos y desechando otros, corrigiendo y recuperando esta vez algún descarte, reorganizando, etc. Basta una lectura panorámica para comprobar la rigurosidad y el celo con que se avienen aquí las palabras, que sólo pueden ser fruto, insisto, de un trabajo íntimo y responsable, riguroso y admirativo. A mí me parece la prueba rotunda de una serenidad inusual a su edad, que no puede ya medirse en años. Intentaré explicar esto desde el libro.
Para decir yo soy o yo estoy, esto es: para hablar en primera persona desde un poema, resulta ineludible la puesta en duda de la palabra yo. Si alguien incumple esa responsabilidad, o si adopta el pronombre en nombre de otro, mal le irá en poesía. Esa es la primera lección superada, ya desde el título: Todo es posible y no. Antes de entrar al libro, por tanto, quedamos advertidos de que hemos de asumir juntamente todas las posibilidades: lo posible y lo imposible, lo real y lo fabuloso, lo que duele y lo que reconforta. Porque cualquier acontecimiento, por pequeño que sea, resulta mucho más maleable de lo que parece: si lo maniobramos en abstracto descubriremos sus muchos sentidos, sus muchas y paradójicas significaciones. Digamos que en cualquier interpretación sin prejuicio de cualquier objeto o situación los extremos se tocan, cerrando un círculo.
Así, Julieta no ha querido remitir su yo soy/yo estoy sólo a lo vivido, que de hecho queda relegado a un segundo plano, casi a un fondo de escenario; antes que en las anécdotas biográficas, los rasgos de su identidad se fraguan aquí bien en lo pensado (o imaginado, o soñado), bien en lo deseado, bien en lo recordado, que son las tres maneras capitales de la ficción. Más allá de sí misma, entonces, proyectándose en las situaciones y objetos de cada poema, nos invita a sentir las posibilidades que ella encuentra en lo real, nos invita a un paseo en 3D por su universo, pequeño y sentimental. Diferentes medios para un mismo fin: comprender primero para luego, en el directo del poema, compartir con nosotros su vislumbre. Digo vislumbre porque en ningún momento sus palabras pretenden aleccionar, les basta con dar calidad de verdadero a lo indemostrable. Y para ello lo primero es ponerlo todo en duda, derribar el dogma de las apariencias aceptadas para levantar sobre sus ruinas un nuevo estado de las cosas, un nuevo orden personal. Esto dice en “Demolición” (poema estratégico a mitad del libro):

Y la cama se encoge
y la frente retumba con palabras que ascienden
como burbujas ciegas.

Y en el oído escuchas no intentes subir,
destruye tu casa.

Quiere empezar de cero. Quiere un mundo sin trampas, sin más dimensión que la de los sentimientos. Y quiere, además, ponérselo difícil, remontar cuantas adversidades le salgan al paso en el proceso para así hacerse fuerte, como un muro panorámico. Ese es el método de Julieta para pertenecer (para pertenecerse): antes de decir siente necesidad de conocer la naturaleza de aquello sobre lo que va a decir. La unidad en la otredad. Porque el amor, reconozcámoslo ya, se piensa más largamente que se vive. Y es, además, quien da a menudo sentido a la palabra yo, tan solitaria, tan desvaída.
Pero poner en duda la palabra yo no es sólo una cuestión de identidad, es también una cuestión de lenguaje, la herramienta humana por excelencia. Gracias a la razón nos explicamos el mundo; pero al mismo tiempo es la razón la que lo desvirtúa, pues todo se distorsiona al pasarlo por el filtro subjetivo de la lógica. Que cada cual tiene su propia versión del mundo lo sabe bien Julieta (los tres primeros poemas sirven como advertencia), y por eso prefiere seguir el rastro a las intuiciones, que apuntan a algo pero sin definirlo. Prefiere el escapismo a la certeza. Es la única manera de rebasar sus propios límites, que son los límites de la razón, que son los límites de lo que llamamos realidad. Si para sentirse plena (ya sea a favor o en contra) necesita romper el sol en el mar, así sea.
Por supuesto todo cuanto digo no es más que una elucidación personal e incluso puede que azarosa. Los poemas, aunque no sean inocentes, laten al margen de toda teoría, sobre todo porque las teorías se elaboran a posteriori siempre, y comúnmente por alguien ajeno a esos poemas. Antes, lo que encontraremos son textos que funden con sorprendente naturalidad, inteligencia y espiritualidad. Poemas como “Túneles” que conectan lo objetivo y lo onírico en sus búsquedas sin moralejas. O como “Sed”. O como “Inventario”. Secretos susurrantes que hacen del mundo un lugar mágico a través de imágenes ciertamente reveladoras. No me resisto a citar aquí y ahora alguna de las que más me han inquietado: “Me acuerdo de una tarde que hablábamos de esto,/ las olas eran fuertes pero el viento/ venía de atrás”; “Pero hay cosas/ que no caben en una maleta/ vacía”; “La memoria me tienta con sus redes”; “El presente/ ofrece sólo una oportunidad,/ un día para cada día”; “Junto a la orilla duerme,/ sin memoria”; “Un perfil de montañas dibuja a lo lejos/ el mito de las coincidencias”; “El amor se alimenta de amor/ y se extingue de amor”; “Suena un murmullo de reloj lejano”; “Repito al despertar / ya no soy tuya. // Porque te estoy buscando”; etc. Vistos así estos versos, descontextualizados, podrían funcionar perfectamente como aforismos. Pero lo que quiero decir es que los poemas de Julieta están construidos antes sobre imágenes (magnéticas, poderosas) que sobre un discurso locuazmente hilado. Imágenes cosidas a un fondo de silencio, encontrando en la elipsis -marca de nuestro tiempo- la ocasión para proponer una conversación con el lector, que ha de ser inteligente y participativo. El lector debe completar los silencios del poema, debe aceptar la invitación de Julieta a pensar juntos.
¿O a sentir juntos? Porque esos misterios revelados o sugeridos (la extraña complicidad que establecen, la amabilidad de su imaginería y ese tono decididamente liviano, naïf incluso) convierten los poemas en una suerte de oraciones de comunión pagana, ritos lingüísticos donde el ritmo y la melodía no importan menos que la semántica. ¿Porque no es a menudo la música portavoz de sentimientos universales? ¿Quién no se ha estremecido al escuchar una canción que parece hablar de lo que le ocurre? A eso me refiero cuando digo sentir junto a la poeta, o pensar junto a la poeta: tararear como propias las palabras de la poeta.
Y en un redoble final de platillos, después de pulsarnos las emociones desde sus emociones, el tú al que se refiere el yo de los poemas se revela ficticio, posible y no: “Pero de qué me quejo/ si te he inventado yo”, dicen los versos con que se cierra el libro. ¿Hemos de entender entonces que la poesía es un género de ficción rigurosa o que el amor, por naturaleza, convierte al ser amado en una proyección no más del que lo ama?  Y ahí se cierra el libro, dejándonos ese silencio en la boca. Un silencio preñado de posibilidades. Es nuestro momento. El momento de Julieta.

Rafael Espejo



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