Por fin sale a la luz mi primer libro de poemas en Cuadernos del Laberinto. Estoy muy contenta con el resultado. Gracias a Alicia Arés por acoger mi libro con tanto cariño, gracias a Rafael Espejo por escribir un prólogo tan bonito, gracias a todos los que me acompañasteis en la presentación, gracias a todos los que me hicieron dudar.
EL MOMENTO DE JULIETA
En muy
raras ocasiones un poeta publica su primer libro a tiempo. Suele ocurrir que
bien la prisa, bien la reticencia se interpongan en su puesta de largo,
desvirtuando la burbuja de tiempo que todo poemario auténtico debe contener. El
caso de Julieta, quiero decir, es un ejemplo de poeta oportuna: llega en el
momento adecuado, sin entusiasmo de más ni descreimiento de menos, sino todo lo
contrario: llena de contradicciones.
Lo digo
con orgullo, pues tuve la suerte de comprobar cómo se fue gestando Todo es
posible y no. Con fe en su trabajo y viceversa, Julieta ha ido ensayando
sucesivas versiones del libro, incorporando poemas nuevos y desechando otros,
corrigiendo y recuperando esta vez algún descarte, reorganizando, etc. Basta
una lectura panorámica para comprobar la rigurosidad y el celo con que se
avienen aquí las palabras, que sólo pueden ser fruto, insisto, de un trabajo
íntimo y responsable, riguroso y admirativo. A mí me parece la prueba rotunda
de una serenidad inusual a su edad, que no puede ya medirse en años. Intentaré
explicar esto desde el libro.
Para
decir yo soy o yo estoy, esto es: para hablar en primera persona
desde un poema, resulta ineludible la puesta en duda de la palabra yo.
Si alguien incumple esa responsabilidad, o si adopta el pronombre en nombre de
otro, mal le irá en poesía. Esa es la primera lección superada, ya desde el
título: Todo es posible y no. Antes de entrar al libro, por tanto,
quedamos advertidos de que hemos de asumir juntamente todas las posibilidades:
lo posible y lo imposible, lo real y lo fabuloso, lo que duele y lo que
reconforta. Porque cualquier acontecimiento, por pequeño que sea, resulta mucho
más maleable de lo que parece: si lo maniobramos en abstracto descubriremos sus
muchos sentidos, sus muchas y paradójicas significaciones. Digamos que en
cualquier interpretación sin prejuicio de cualquier objeto o situación los
extremos se tocan, cerrando un círculo.
Así,
Julieta no ha querido remitir su yo soy/yo estoy sólo a lo vivido, que
de hecho queda relegado a un segundo plano, casi a un fondo de escenario; antes
que en las anécdotas biográficas, los rasgos de su identidad se fraguan aquí
bien en lo pensado (o imaginado, o soñado), bien en lo deseado, bien en lo
recordado, que son las tres maneras capitales de la ficción. Más allá de sí
misma, entonces, proyectándose en las situaciones y objetos de cada poema, nos
invita a sentir las posibilidades que ella encuentra en lo real, nos invita a
un paseo en 3D por su universo, pequeño y sentimental. Diferentes medios para
un mismo fin: comprender primero para luego, en el directo del poema, compartir
con nosotros su vislumbre. Digo vislumbre porque en ningún momento sus palabras
pretenden aleccionar, les basta con dar calidad de verdadero a lo indemostrable.
Y para ello lo primero es ponerlo todo en duda, derribar el dogma de las
apariencias aceptadas para levantar sobre sus ruinas un nuevo estado de las
cosas, un nuevo orden personal. Esto dice en “Demolición” (poema estratégico a
mitad del libro):
Y la cama
se encoge
y la
frente retumba con palabras que ascienden
como
burbujas ciegas.
Y en el
oído escuchas no intentes subir,
destruye
tu casa.
Quiere
empezar de cero. Quiere un mundo sin trampas, sin más dimensión que la de los
sentimientos. Y quiere, además, ponérselo difícil, remontar cuantas
adversidades le salgan al paso en el proceso para así hacerse fuerte, como un
muro panorámico. Ese es el método de Julieta para pertenecer (para
pertenecerse): antes de decir siente necesidad de conocer la naturaleza de
aquello sobre lo que va a decir. La unidad en la otredad. Porque el amor,
reconozcámoslo ya, se piensa más largamente que se vive. Y es, además, quien da
a menudo sentido a la palabra yo, tan solitaria, tan desvaída.
Pero poner en duda la palabra yo no es sólo una cuestión de
identidad, es también una cuestión de lenguaje, la herramienta humana por
excelencia. Gracias a la razón nos explicamos el mundo; pero al mismo tiempo es
la razón la que lo desvirtúa, pues todo se distorsiona al pasarlo por el filtro
subjetivo de la lógica. Que cada cual tiene su propia versión del mundo lo sabe
bien Julieta (los tres primeros poemas sirven como advertencia), y por eso
prefiere seguir el rastro a las intuiciones, que apuntan a algo pero sin
definirlo. Prefiere el escapismo a la certeza. Es la única manera de rebasar
sus propios límites, que son los límites de la razón, que son los límites de lo
que llamamos realidad. Si para sentirse plena (ya sea a favor o en contra)
necesita romper el sol en el mar, así sea.
Por
supuesto todo cuanto digo no es más que una elucidación personal e incluso
puede que azarosa. Los poemas, aunque no sean inocentes, laten al margen de
toda teoría, sobre todo porque las teorías se elaboran a posteriori siempre, y
comúnmente por alguien ajeno a esos poemas. Antes, lo que encontraremos son
textos que funden con sorprendente naturalidad, inteligencia y espiritualidad.
Poemas como “Túneles” que conectan lo objetivo y lo onírico en sus búsquedas
sin moralejas. O como “Sed”. O como “Inventario”. Secretos susurrantes que
hacen del mundo un lugar mágico a través de imágenes ciertamente reveladoras.
No me resisto a citar aquí y ahora alguna de las que más me han inquietado: “Me
acuerdo de una tarde que hablábamos de esto,/ las olas eran fuertes pero el
viento/ venía de atrás”; “Pero hay cosas/ que no caben en una maleta/ vacía”;
“La memoria me tienta con sus redes”; “El presente/ ofrece sólo una
oportunidad,/ un día para cada día”; “Junto a la orilla duerme,/ sin memoria”;
“Un perfil de montañas dibuja a lo lejos/ el mito de las coincidencias”; “El
amor se alimenta de amor/ y se extingue de amor”; “Suena un murmullo de reloj
lejano”; “Repito al despertar / ya no soy tuya. // Porque te estoy
buscando”; etc. Vistos así estos versos, descontextualizados, podrían funcionar
perfectamente como aforismos. Pero lo que quiero decir es que los poemas de
Julieta están construidos antes sobre imágenes (magnéticas, poderosas) que
sobre un discurso locuazmente hilado. Imágenes cosidas a un fondo de silencio,
encontrando en la elipsis -marca de nuestro tiempo- la ocasión para proponer
una conversación con el lector, que ha de ser inteligente y participativo. El
lector debe completar los silencios del poema, debe aceptar la invitación de
Julieta a pensar juntos.
¿O a
sentir juntos? Porque esos misterios revelados o sugeridos (la extraña
complicidad que establecen, la amabilidad de su imaginería y ese tono
decididamente liviano, naïf incluso) convierten los poemas en una suerte de
oraciones de comunión pagana, ritos lingüísticos donde el ritmo y la melodía no
importan menos que la semántica. ¿Porque no es a menudo la música portavoz de
sentimientos universales? ¿Quién no se ha estremecido al escuchar una canción
que parece hablar de lo que le ocurre? A eso me refiero cuando digo sentir
junto a la poeta, o pensar junto a la poeta: tararear como propias las palabras
de la poeta.
Y en un
redoble final de platillos, después de pulsarnos las emociones desde sus
emociones, el tú al que se refiere el yo de los poemas se revela ficticio,
posible y no: “Pero de qué me quejo/ si te he inventado yo”, dicen los versos
con que se cierra el libro. ¿Hemos de entender entonces que la poesía es un
género de ficción rigurosa o que el amor, por naturaleza, convierte al ser
amado en una proyección no más del que lo ama?
Y ahí se cierra el libro, dejándonos ese silencio en la boca. Un
silencio preñado de posibilidades. Es nuestro momento. El momento de Julieta.
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